viernes

El Amor a La Vida

A menudo en mis textos me decanto por la gente que sufre o ha sufrido, no, no soy masoquista, pero cuesta desprenderse de los sentimientos cuando te invaden a diario.
A pesar de todo pienso que este texto es un canto a la vida, de ahí su titulo...
Samarcanda.

 EL AMOR A LA VIDA 


La tarde, a través del paisaje que le ofrecía su jardín, era un lugar querido para Agatha, esta permanecía  entre cojines, recostada en el sofá que presidía su acogedor porche, mientras, su gatita Lily ronroneaba acurrucada a su lado. Se le ocurrió pensar si aquello no era todo cuanto podía desear,  si en efecto a esa apacible sensación se le podía llamar Felicidad. Por fin había conseguido la paz absoluta que persiguió infructuosamente durante toda su vida; y es que a menudo los sueños se cumplen a golpe de perseverancia.
Respiró profundo, como si con ese gesto pudiera compensar las veces que no logró que el aire llegará a sus pulmones, esos momentos en que el miedo a vivir le ahogaba por dentro. Cuando ese empeño por derribar fantasmas invisibles conseguía agotarla por completo. Quizá en su interior siempre mantuvo una esperanza y confiaba íntimamente que este ansiado momento llegaría. Sólo tenía que esperar con paciencia a que todas sus estrellas se posicionaran en el lugar correcto.
-Ha sido un arduo esfuerzo -pensó- pero aquí estoy, con casi todas las guerras ganadas.

Agatha alargó su mano para acariciar con suavidad el viejo cuaderno que llevaba consigo, ya no necesitaba hacer acopio de fuerzas para leerlo, para enfrentarse a sus propias palabras como tantas otras veces. No, no les tenía miedo…! Ya no!
Recordó las veces que se había sentido caer, cuando el miedo con mayúsculas fue su aliado y compañero inseparable. No pretendía ir más allá, ni volver a recrearse en pensamientos que la turbaran, todo había quedado atrás y aunque no deseaba recordar…recordó como hubo un tiempo en que llenaba sus noches de inagotables lamentos, convirtiéndolas aun sin pretenderlo en un continuo baile de sonrisas y lágrimas. Fue cuando el alba se volvió reacia y las noches parecían no tener fin.
Siempre tuvo terror a esa soledad oscura que la incertidumbre hace enorme, encontrarse un día sin una mano que sujete la tuya, sin un abrazo que te arrope. Sentir de repente un frío helado en el cogote, como el roce de la escarcha en una mañana de invierno, con el mismo estremecimiento. Frío sobre frío…Y nada más.
-Los recuerdos, son recuerdos y no se deben temer, aun así, hay que aprender que se pueden guardar, atesorar, respetar, revivir -y a veces si es necesario- hasta olvidar por tu propio bien.-se dijo con convicción.

Un extraño cosquilleo le recorría cada vez que sentía de nuevo el tibio tacto del cuaderno entre sus manos. Cerró los ojos mientras lo acariciaba y su voz retumbó en la tarde callada: (SIGUE)

                                                          
                                                           © Samarcanda Cuentos -Ángeles Platas
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