"Los errores suelen pagarse caros, lo peor es que te das cuenta del tamaño de tu estupidez cuando ya es muy tarde. Quizá cuando está todo perdido."
Samarcanda.
Samarcanda.
DESOCUPANDO SENTIMIENTOS
Mario observó a su alrededor, todo era vacío. Apenas un latido —el suyo— se escuchaba en la estancia, cómplice infame de su soledad. Dejó vagar su pensamiento y como en una travesura del destino, una rotunda afirmación compartió el momento y la fatal evidencia.
—Hay errores que te cuestan la vida
—aceptó.
La certeza de tanta estupidez le abofeteó desde dentro, dando de lleno en su orgullo y su hombría. Nunca tuvo en cuenta a esos amigos que le advertían que el precipicio estaba muy cerca, así prefirió obviar el amor y la familia. Una pregunta martilleaba su cabeza desde hacía tiempo. ¿Tubo en cuenta todo lo que se jugaba?... Quizá no.
Su mujer se lo había llevado todo, por no quedar, no quedaban ni muebles. Los sentimientos y los recuerdos, como en un colador mortuorio, pendían en forma de pequeñas gotas en cada recoveco del salón y el dormitorio. El exquisito gusto para la decoración de Sonia, se oponía ahora a la desnudez de las paredes, que a modo de saludo, parecían burlarse de su sino.
Sí, había llegado el momento de la despedida, la dulzura de un hogar se convertía ahora en una obscura cueva y de sus grietas brotaba sangre. El único culpable de la situación era él, eso también estaba muy claro.
Como inexplicable contradicción Mario recordó con dolor la alegría de la sonrisa tan cercana de Sonia. Un jilorio conocido en sus entrañas le arrancó un quejido de hambre. Hambre de sueños desperdiciados y esperanzas ya marchitas. Solo un jarrón en la cocina con un puñado de biznagas daban vida a esa muerte súbita y sin retorno. Se golpeó la frente con vehemencia contra el marco de la puerta.
—¡Soy un idiota! Lo he perdido todo y solo por un momento de pasión y locura. —Se acusó.
Era el final, Sonia sabía que fueron muchas las que pasaron por su vida —y por su cama—, hoy estaba hundido, al igual que la cabeza entre sus manos. Antes de marchar tiró de una guirnalda dorada prendida en un rincón, recuerdo vivo de la última Navidad. Un estremecimiento, como un látigo en su espalda le hizo sentir nítidamente la desolación que le esperaba en la próxima.
©Ángeles Platas.
Lamentos que caen en el infortunio, prestos a ser olvidados en cuanto, otra sonrisa cómplice aparezca.
ResponderEliminarSaludos.