martes

Alma de Hierro

Una frágil vida, perdida en un entorno hostil, te obligará a enmascarar sentimientos, a maquillar heridas para poder continuar vviviendo.
Samarcanda.

                                                         ALMA DE HIERRO
Me había levantado sin apenas dormir, sintiendo una enorme conmoción en las entrañas. Una complicada jornada me aguardaba. Preparada al fin para salir de esta trampa donde apenas el aire me llegaba, en breve estaría al otro lado del infierno. Esta vez el miedo no me paralizaría. A pesar de que la lucha mantenida me había destrozado por dentro, el contrarío parecía estar injustamente indemne. Contienda y subsistencia especialmente dura, en un espacio hostil que siempre se me antojó una obscura mazmorra.

Ignoro cómo pude mantenerme firme, de qué modo logré que la esperanza nunca me abandonara, aun así hubo momentos en que creí que no saldría con vida. Todo a mí alrededor resultaba enemigo. Aunque mi desesperación fue ganando terreno, mi fortaleza me obligaba a estar siempre vigilante y alerta. Hoy, estoy convencida que fue lo que me salvó.

Mi condena había durado ocho largos años y mi castigo ocasionado profundas cicatrices. Me asomé por última vez a aquel espejo, único confidente de tantas desventuras en las que tristemente tuve que lamerme las heridas sola, sin una mano amiga a la que asirme. Destapé con cuidado mi cuerpo, maquillado mil veces para disfrazar golpes y miedos. Todo él hablaba por mí, gritaba embravecido mientras yo ahogaba la voz con mis propios puños, mordiendo el dolor y la sangre.

Intenté esbozar una sonrisa, apenas una mueca forzada surgió. Quise imaginar que con el tiempo lo conseguiría. Solo una hora más y el despertador sonaría como siempre a las ocho. No había querido romper la rutina de mi pequeño Jimmy, un muchachote de casi siete años.
<<Bueno, ya le daré explicaciones en su momento.>>

Su padre se había marchado a trabajar dos horas antes. Una noche eterna. Tenía todo recogido en el desván –él nunca subía hasta allí-. Me había costado años reunir las fuerzas suficientes y ya no cabían en mi maleta, ni una sola duda más, ni un reproche, ni una excusa.

Sólo una nota en su mesilla y un adiós. Para él!  ¡No sé!...Tampoco me importaba. Para mi hijo y para mí…Nuestra ansiada libertad.


                                                         ©Samarcanda Cuentos-Ángeles

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