Hay etapas que forman parte de tus recuerdos, te tocan vivirlas así y nada puedes hacer para que sean diferentes . Muchas cosas han cambiado desde entonces y para las nuevas generaciones sería impensable comportamientos de este tipo, por ello prefiero mirarlas con distancia y de paso con una pequeña dosis de ironía. Samarcanda.
A FINALES DE LOS SESENTA (Relato Corto)
Toño se miró la palma de la mano todavía encendida por el
reglazo recibido. Sentía rabia pero se mordió el labio inferior y emitió un
pequeño bufido como única señal de desagrado. No merecía la pena convencer a Don
José de que no había tenido nada que ver con el episodio de los aviones de
papel planeando por la clase de aritmética. Sabía de sobra que aquello no era
una democracia, que el despotismo también alcanzaba las aulas. Era una
situación por todos aceptada sin cuestionar agravios y sin justificaciones
posibles, en la clase la autoridad absoluta él ¡Y no había nada más que decir!
Además el viejo profesor parecía disfrutar con ese tipo de humillaciones.
Mario fue el siguiente, tampoco había tenido papel
protagonista en la disputa que ocasionó la desbandada de avioncitos, pero era
otro de los que siempre acababa pringando -llevándose a menudo la peor parte-.
Lo suyo era decir siempre Amén, le parecía el camino más fácil pero sobre todo,
le producía menos conflicto con los chulitos de turno. Esos folloneros con
renombre que acostumbraban a escaquearse
como norma. Todos sabíamos quienes eran, incluido el profe. Pero claro, algunos
eran el hijo de… o el sobrino de… y eso tenía un grado.
-No es justo, es más, es un asco pertenecer siempre al grupo
de los perdedores –pensó Toño mientras se rascaba la encarnada señal de su
debilidad.
Mario, el día anterior se había levantado del rincón de castigo
con una rabia inusual. Se quitó el garbanzo traicionero de la rodilla, que le
colorara Don José a modo de purgatorio y se prometió que era la última vez que
callaba. Sin embargo el viejo profesor, le había asegurado que esa próxima vez, no
sería tan benevolente. Ahora el pobre chico se esperaba lo peor.
-Venga usted a acá, ya tengo pensado su castigo ejemplar.
Mario se echo a temblar al observar con que decisión Don
José se había acercado a la estufa de leña para enarbolar, a modo de espada
pendenciera, el gancho de hierro que utilizaba para abrir la tapa. La mano del
pobre muchacho temblaba como una hoja y la palidez de su cara provocaba un
infinito pesar. El mal trago que estaba pasando lo era evidente.
-Extienda la mano Sr Rubianes, que no tengo todo el día.
- ¡No puedo Don José! Le ruego que me perdone por esta vez,
solo por esta vez -gimoteó el muchacho.
Por fin el miedo había podido más que sus enormes ganas de
emancipar y desterrar para siempre su flojedad de carácter.
-¡Por Dios bendito! No me lo haga repetir muchacho, remilgos
a estas alturas ni uno.
La criatura echaba lagrimones como puños, su compañero Toño a
resueltas de lo que estaba punto de
ocurrirle a su compañero, sin dejar de mirar su mano aun dolorida, concluyó:
-No, si yo sé que en el fondo, a mí Don José me tiene
cariño.
©Samarcanda Cuentos-Ángeles.
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