"Muchas veces
sabemos que hay algo que no está bien, que debemos gritar al mundo y escapar de
ese destino que parece ineludible. Hace falta mucho valor, pero sobre
todo, que el exceso de responsabilidad no te obligue a dar pasos hacia
atrás constantemente."
¿QUIÉN MANDA AQUÍ, CARIÑO?
Ainhoa se dejó caer vencida en el sofá, clavando
su mirada en el vacío.
La voz de Dani la sobresaltó:
-¡Mami, mami! ¡Ven y mira el castillo que hice! Lo he
construido yo solito!
-¡Seguro que es precioso! –dijo su madre con toda la
animosidad de que era capaz.
Dani le agarró la mano y tiró de ella con ímpetu,
mientras Ainhoa ahogaba un grito.
-¡Ay! Como me duele -dijo bajito mientras cerraba los
ojos y tragaba su queja.
-¿Has visto que bien me salió y que mayor soy? ¿Sabes,
mami? Te voy a cuidar siempre, mucho, mucho, mucho… -Dani
continuaba parloteando entusiasmado.
-Claro mi amor. Tu eres mi hombrecito preferido
–añadió Ainhoa al tiempo que le arremolinaba los ricitos con la mano
en un gesto cargado de ternura -esa misma que ella necesitaba ahora con fuerza-
Lo miró abatida y siguió pensando en su niñito de
apenas cuatro años, tan frágil, tan desvalido, tan ajeno a todo aquello que la
rodeaba, que la obligaba a vivir en ese infierno sin saber muy bien que había
hecho para merecerlo…
-Dani, pronto vendrá papá. ¿Recuerdas lo que hablamos,
cariño?
-Si, mamá yo siempre me acuerdo de nuestros secretitos
–sonrió el pequeño mientras se llevaba el dedo índice a los labios con una
risita traviesa.
Ainhoa intento sonreír sin ganas -se lo debía- le debía
a su hijito esa sensación de paz y normalidad que su alma reconocía fingida.
Sólo por él era capaz de dejar que los días acudieran a su vida sabiendo el
desenlace de cada uno de ellos, sin intentar levantar la vista y mirar al
cielo como esperando una señal para salir corriendo. No podía hacerlo porque
ese niñito de ojos dulces la hacía retroceder y soportar cualquier cosa. Aunque
puede que fuera su propio pánico lo que la paralizaba cuando “él” llegaba a
casa.
-Hola –dijo Julián mientras cerraba la puerta y
tomaba un trago de su cerveza.
-¡Dios! Espero que hoy venga de buen humor –dijo muy
bajito Ainhoa. Tragó saliva, respiró con fuerza y salió a recibirlo con la mejor
de sus sonrisas.
-Hola querido. ¿Cómo ha ido el día? –acertó a decir
ella.
Su esposo le lanzó una mirada a medio camino entre la
indiferencia y el desprecio al tiempo que graznaba:
-¡Que pregunta más idiota, pues un asco como siempre!
¡Como me va a ir el día!
Ainhoa pensó que había sido una estúpida por no poner
más atención a sus palabras, deseaba que aquello no fuera el preludio de una
nueva discusión. Repasó en su mente todo lo que debía decir o hacer y esperó
confiada no volver a meter la pata de nuevo.
Dani salió de su habitación para saludar a su padre
con uno de sus trenes en la mano.
-Papi, dijiste que hoy si llegabas temprano jugarías
conmigo. ¿Lo haremos papi, lo haremos? –gritó el niño mientras
deslizaba el tren por los pantalones de Julián.
Ainhoa palideció, esperando cualquier reacción por
parte de él. Sabía por experiencia que era imprevisible, que igual que podía
darle un abrazo sin fin, podía darle un grito o un empujón de desagrado. Por
desgracia sucedió lo segundo.
-¡Quita niño! ¡Me has tirado la cerveza, te voy a dar
una que te vas a enterar!
El cuerpo de Ainhoa empezó a temblar como una hoja
temiendo lo peor, se acercó volando y en un instante se puso en medio de
los dos, como de costumbre la primera bofetada la recibió ella -e igual que
siempre- cerró los ojos y no dijo nada.
-¡Vamos Dani! Papá está cansado, es mejor que sigas
jugando en tu cuarto. No te preocupes mi amor, no lo dice en serio, él no está enfadado. ¡Anda, mi vida!
Ainhoa intentó nuevamente sonreír y que su mueca se
mantuviera firme para resultar creíble a ese niñito que la miraba con sus
infinitos ojos sin entender nada.
Inesperadamente Dani soltó la mano de mamá y le gritó
a su padre con rabia.
-¡Eres malo! La abuela lo dijo esta tarde y es
verdad…!Eres muy malo!
En cuanto acabo de decirlo se dio cuenta que había
desvelado uno de los secretos de su madre y la miró apenado mientras añadía
desolado:
-¡Ay mami, se me escapó! ¡No quería decirlo, no
quería!…
Ainhoa entornó los ojos y un tremendo calor la invadió
por completo, el salón empezó a girar a su alrededor
mientras una sensación muy temida -a la vez que familiar- se adueñaba de
ella.
-Dani por favor, enciérrate en tu habitación...¡Ya!
El niño, esta vez sin esperar un segundo desapareció
tras la puerta. Ainhoa se dio la vuelta y enfrentó su mirada suplicante a la de
su esposo. Se sentía derrotada por completo, temerosa, conocedora de su destino
más inmediato.
-Parece que quieres volver a probar las escaleras… –le
dijo Julián amenazante.
-No, por favor, todavía me duele -dijo ella en medio
de un lamento ahogado.
-¡Es que nunca me escuchas! ¡Siempre retándome,
siempre pasándote de lista! ¿Por qué me desafías? ¿Por qué me obligas a ser
malo? Tu sabes que no me gusta, pero te empeñas en desobedecerme en cada momento
y situación –seguía gritando él.
-¡Por favor, por favor Julián! ¡Te lo suplico!
–sollozaba Ainhoa.
-Te pedí que no volvieras a ver a la bruja de tu madre
y nada, tu ni caso –le increpó.
Ella lloraba en su rincón de siempre -acurrucada como
un ovillo- sin atreverse a mover un sólo músculo. Julián fue hasta allí, la
arrastró por un brazo, retorciéndoselo mientras caía al suelo -como tantas
otras veces- al tiempo que le repetía su habitual pregunta:
-¿Quién manda aquí, cariño? ¿Quién?
-Tu querido -ya lo sabes- sólo tú…
©Samarcanda Cuentos-Ángeles
Uff, qué fuerte..Terrible historia y muy bien narrada..Saluditos Samarcanda
ResponderEliminarEs un tema del que he escrito en varias ocasiones, creo que es necesario que no se deje en el olvido. Gracias amiga mía. Besito.
Eliminar