"Igual puedes tenerlo todo y un segundo después desvanecerse la que era tu vida como una enorme nube mecida por el viento. Hay tantas cosas que la voluntad no controla...Todo puede escaparse en apenas un soplo."
Samarcanda.
AL FINAL DEL CAMINO
Ante ella solo paredes que deseaban chocarla, enfrentarla al
miedo y a sus esquivos sueños. Tantas esperanzas rotas de las que ahora solo
quedaban pedazos, trocitos cada vez más pequeños e insignificantes.
No siempre fue así, recordaba como en otro tiempo fue una
influyente mujer con casi doscientos hombres a su cargo. Una vida
estresante que se empeñaba en zancadillearla
en forma de problemas inagotables, pero que ella era capaz de asumir y
afrontar hasta hacerlos desaparecer. Admirada dama que siempre tenía una
mano tendida a quien la necesitaba.
Pero entonces llegó esa palabra desconocida y hasta imprecisa:
CRISIS. Un ERE la dejó fuera de su ámbito y espacio, aquel en el que siempre se
sintió reconocida y admirada. Hoy a sus 48 años ni su gran valía, ni la
experiencia de tantos años venía en su auxilio, siendo sustituida en cuanto fue un
incomodo obstáculo como un peón más. Su mano -que siempre estuvo abierta para
otros- se encontró vacía, sin nadie que quisiera estrecharla, ya fuera por
ayuda o cariño. Debido al trabajo, nunca se dio tiempo a formar una
familia, los amigos quedaron también en un segundo plano y poco a poco la
fueron olvidando. Su soledad ahora la sujetaba a un mundo hostil, a una isla
inhabitada y oscura.
-¿Cómo he caído en esta trampa mortal? –se preguntaba.
Quería creer que con dos manos para trabajar nunca le
faltaría nada, pero su enfermedad fue la puntilla a tanta fatalidad. Allí
estaba, sin recordar que había comido en la última semana e ignorando si el
portal que ahora la acogía, lo haría por una noche más. No tuvo suerte. Uno de
los vecinos la descubrió en su rincón improvisado y de un puntapié la envió de
nuevo a la calle. La lluviosa noche fue testigo de su debilidad. Apenas sin poder caminar, tropezó, cayendo de bruces en aquel fatídico charco. Una luna azul se
reflejaba en el agua, fue su última visión. Sin fuerzas, ni ganas tampoco de levantarse, el aire se extinguió, como la vida. Su semblante amaneció sereno, cuando el implacable entorno conseguía finalmente su propósito.
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