PECADOS CAPITALES (Tema:
La Avaricia)
Es una gran locura la del vivir pobre, para morir rico.
(Juvenal)
MORIR EN VIDA
El Sr Edwards cambió su forma de vivir y de pensar casi de
la noche a la mañana; la trasformación
fue drástica. Era de esos ricos excéntricos que había amasado fortuna y
poder a través del mundo inmobiliario. Sus transacciones millonarias llenaron
durante años periódicos de todo el orbe, llegando a ser una persona envidiada
por cuantos le conocían. No se le tenía
por un ser mezquino, al menos no era un defecto que aireara visiblemente. No
era generoso, eso es cierto, pero sabía pasar inadvertido en ese terreno para
que nadie notara cuanto le molestaba gastar más de la cuenta a pesar de su
opulencia.
Lo cierto es que desde niño ya tenía un perfil
avaricioso, recopilando juguetes y
objetos varios, que almacenaba sin apenas tocar, sólo por el hecho de tenerlos,
de atesorarlo, sin otro disfrute, ni meta. Llenaba los armarios de su
habitación para de vez en cuando contarlos con afán desmedido esperando que
todo siguieran en su lugar, ahora le pasaba lo mismo con joyas y trofeos que
acumulaba con exagerada tacañería, vivía
sin ostentación debido a ese carácter suyo un tanto huraño pero nunca fue algo
que se pudiera considerar patológico, hasta que en aquel abril del año 66,
sucedió algo extraño.
Reunió a todo su personal en el amplio salón de su villa y les indicó que le faltaban unas monedas de oro heredadas de su padre y que tenían un valor incalculable. En realidad, sólo eran dos monedas de las 70 que componían la colección, las conocía muy bien, una a una miles de veces las había manoseado para contarlas con placer inusitado, trabajo que solía hacer una vez al mes desde hacía lustros. Aquella soleada tarde en que la primavera fue testigo, su rostro se tornó de un amarillo ocre, al rojo intenso cuando se percató de la falta de esas dos estimadas piezas. El sudor le caía por las sienes y lo acontecido ya ni le permitía pensar con claridad. Por primera vez no se sentía seguro en su casa y con los suyos. La desconfianza empezó a adueñarse de su espíritu ambicioso con enfermiza obsesión, sólo deseaba estar rodeado de sus conquistas materiales y más que nunca se convirtió en una necesidad imperiosa y primordial. (SIGUE)
© Samarcanda Cuentos - Ángeles
Reunió a todo su personal en el amplio salón de su villa y les indicó que le faltaban unas monedas de oro heredadas de su padre y que tenían un valor incalculable. En realidad, sólo eran dos monedas de las 70 que componían la colección, las conocía muy bien, una a una miles de veces las había manoseado para contarlas con placer inusitado, trabajo que solía hacer una vez al mes desde hacía lustros. Aquella soleada tarde en que la primavera fue testigo, su rostro se tornó de un amarillo ocre, al rojo intenso cuando se percató de la falta de esas dos estimadas piezas. El sudor le caía por las sienes y lo acontecido ya ni le permitía pensar con claridad. Por primera vez no se sentía seguro en su casa y con los suyos. La desconfianza empezó a adueñarse de su espíritu ambicioso con enfermiza obsesión, sólo deseaba estar rodeado de sus conquistas materiales y más que nunca se convirtió en una necesidad imperiosa y primordial. (SIGUE)
© Samarcanda Cuentos - Ángeles
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