miércoles
martes
Tiempo de Silencio
<Así es la vida, muy larga o extremadamente corta, con una mano
te da y con otra te quita, por eso hay que buscar y aprovechar los buenos
momentos que te ofrece, que a los otros no hace falta alentarlos…! Ya
vienen solos!…
Jamás hay que permitir que quieran vivir
la vida por ti - que decidan por ti- que con la excusa de ser tu
compañero, se convierta en tu depredador, ese mismo que te asfixia y de
deja sin fuerzas para luchar.
TIEMPO DE SILENCIO
Capítulo I : Luchar contra lo inevitable
-¡Que cansada estoy! Este calor me está matando -Susurró llevándose las manos a la cabeza, al tiempo que entornaba los ojos con desgana ¡Venga Aitana, ya queda poco!
Capítulo I : Luchar contra lo inevitable
La tarde era un infierno de sudor y modorra
donde no quedaba aire para respirar. Las horas parecían transcurrir perezosas,
sin prisa alguna, pringados de aquel letargo insultante que te atrapaba, como
cada día, como cada año...Como cada verano interminable.
Aitana cambió de postura con indiferencia.
-¡Que cansada estoy! Este calor me está matando -Susurró llevándose las manos a la cabeza, al tiempo que entornaba los ojos con desgana ¡Venga Aitana, ya queda poco!
Se esforzó sin éxito por sonreír, en
un último intento de no dejarse vencer por la apatía que la dominaba. Su única
pretensión en esos momentos era ocupar su pensamiento en algo agradable, aunque
sólo fuera por aliviar su ánimo que andaba bastante maltrecho desde...Bien, no
le alcanzaba la memoria, pero demasiado, de eso no había duda. Consciente de que aunque la temperatura era
sofocante, no era la principal culpable de que se sintiera derruida. El paso
inexorable de los días, tan vanos como su propia vida era lo que le provocaba
esa sensación de asfixia total.
Aitana había permanecido tumbada en la cama
gran parte de la tarde, con la mirada perdida en un punto lejano, se hallaba extraviada
en su mundo sin regreso, dejando vagar por libre a su fantasía, que paseaba a
tientas a través de imágenes que solo eran reales en su universo particular.
Esos sueños era los único que la salvaban -y no siempre- de tanta mediocridad.
Había aprendido a sumergirse en ellos hacía tiempo, cuando se rindió a la
evidencia de que todo lo que la rodeaba no era más que una burda comedia. Ese
mundo suyo que había ido construyendo mentira sobre mentira de un modo
inconsciente. Donde el tiempo transcurría sin contar con su aprobación, revolcándose
en su propia derrota. Haciéndola sentir cada día más vacía, más imperturbable
ante el dolor, limitándose a vegetar junto a aquel cuerpo inerte que no
desprendía nada...Ni frió, ni calor.
Al principio intentó sentir amor por el hombre que compartía su
vida, deseó amarlo a pesar de la innegable indiferencia que él la prodigaba. Pero
el amor no es algo premeditado ni maleable, que puedas trasformar a tu antojo.
No obedece órdenes. Lo sientes o no, así de simple, así de maravilloso
y lo suficientemente especial como para tener voluntad propia.
Poco a poco -casi sin percibir el cambio- Aitana descubrió que iba muriéndose algo muy adentro. El amor no sólo no vino a su encuentro sino que se esfumó para siempre... (SIGUE)
Poco a poco -casi sin percibir el cambio- Aitana descubrió que iba muriéndose algo muy adentro. El amor no sólo no vino a su encuentro sino que se esfumó para siempre... (SIGUE)
© Samarcanda - Ángeles.
"A través del Caleidoscopio"
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miércoles
Agua Dulce
Esta pequeña historia fue el
resultado de uno de los DESAFÍOS que se llevaban a cabo en el Foro de
escritura al que pertenecía. El esquema de trabajo podía variar, este
era uno de ellos, en el que a partir de unas palabras sueltas se debía
improvisar un cuento corto.
Me incliné por una historia suave que habla de la esperanza. Por una nueva oportunidad de ser feliz en la vida.
AGUA DULCE: (Cuento Corto)
Era un luminoso día de mayo, ella caminaba descalza
por la playa como siempre acostumbraba. Daba igual que fuera invierno o verano,
otoño o primavera, esos interminables deseos de descubrir una nueva puesta de
sol, de colores y resplandor increíble le hacían salir en su busca a diario,
necesitaba sentir ese familiar cosquilleo de la arena en sus pies desnudos, esa
brisa suave que le rozaba el rostro como la mejor de las caricias. Ese olor a
mar y a sal que le obligaba a cerrar los ojos y suspirar con fuerza para
tragárselo de un sólo aliento.
Llevaba siempre consigo
su piedra de la suerte. No era más que un trozo de canto de increíble suavidad
con el que había tropezado hacía mucho tiempo. A menudo pensaba que no había
sido fortuito, que alguien premeditadamente la había dejado allí como un
símbolo; el primer eslabón de un acertijo que aun estaba por desentrañar.
Alcanzó el final del
embarcadero tal como solía hacer. Tomó aire, suspiró sonoramente y sonrió. Justo
antes de emprender el camino de vuelta, ya de regreso, advirtió la presencia de
un forastero -era evidente que lo era- en su habitual paseo diario conocía a
cada uno de los que también acostumbraban a entregarse al placer de ver el mar
y el estallido de las olas contra las rocas. Un ritual divino e inexplicable
que muy pocos compartían. El extranjero estaba dando de comer a las gaviotas
que se acercaban solícitas y sin temor hasta sus manos para recoger lo
ofrecido, a ella le imponían un poco esas aves e intentaba siempre rehuir su
contacto, pero les reconocía encanto y majestuosidad.
El cielo aun era claro y
un murmullo de sirenas parecía acompañar sus pasos, no tenía grandes motivos,
pero se sentía radiante, así lo demostraba su amplia sonrisa y esas notas
familiares que tintineaban en sus labios. Casi no miró a aquel muchacho, pero
con clara nitidez sintió un estremecimiento al pasar junto a él.
-Oye, niña, se te ha
caído esto –dijo él con evidente descaro.
Ella paro sus pasos y le
miró al fin con su calma y cadencia habitual.
-¿Cómo dices? –preguntó
mientras pensaba en la insolencia de aquel chico.
-Esta piedra es tuya. Vi
como caía de tu mano.
-Oh!! Gracias, te
parecerá una tontería, pero si llego a perderla lo hubiera sentido muchísimo
–esta vez sonrió al responder. !Es mi piedra de la suerte!
-No hay de que –dijo de
inmediato, devolviéndole la sonrisa, al tiempo que estiraba su mano y añadía:
-Hola, mi nombre es
Alex. ¿Y el tuyo?
“Descarado y simpático”
–pensó ella.
Nuevamente el escalofrío
al sentir su mano en la suya. Fue una sensación como de haber vivido ya ese
momento -Déjà vu, creo que le llaman- le miro fijamente y aunque seguía
pareciéndole un tanto atrevido, en el fondo le hizo gracia esa manera tan
fresca, tan espontánea de presentarse y entablar una conversación.
-Me llamo Aloe- dijo por
fin.
-Uy! Que nombre
más…mmm..¿Peculiar? Nunca conocí a nadie que se llamará de ese modo -sonrió
Alex mientras añadía- ¿Significa algo?
-Sí, es el nombre de una
planta – le aclaró ella- un cactus para ser exactos. Me fascinan, porque son de
los pocos seres vivos que no se rinden nunca, luchan por subsistir y sobreviven
a pesar de todos las dificultades. ¡Son admirables!
-Sí, para mí también es
importante la tenacidad y la fuerza –contestó Alex con aquella sonrisa, mezcla
de ternura y complicidad.
- ¿Vas a soltar mi mano?
-Preguntó Aloe al tiempo que sonreía burlona.
-Ah, perdona, me había
quedado abstraído con tu…explicación.
Siguieron hablando y
hablando. El tiempo parecía haberse detenido para siempre, hasta era posible
que ya se conocieran y que aquello no fuera más que un feliz reencuentro. Presentían
que se habían estado esperando, que ahora por fin, estaban frente a frente. Fue
fácil reconocerse, saberse, sentirse, bastaron unos cuantos minutos, tan sólo
un puñado de palabras…Para no resultar en modo alguno insólito o artificioso.
Era más que evidente que sus palabras estaban enlazadas, que las de él
precedían inequívocamente a las de ella. Nada premeditado y a la vez perfecto,
como si se tratara de un guión que ambos hubieran escrito al tiempo -en otro
tiempo- y que sólo existía ahí, en medio de esa extraña nada, de un encuentro
que parecía casual…¿O tal vez no?
Aloe –al darse cuenta de
su tardanza- se sobresaltó. Las horas se habían hecho minutos y los minutos
segundos, pero era ya noche cerrada y ninguno de los dos lo había advertido.
Alex por su parte, se
empeñó en custodiarla hasta su puerta -no estaba lejos- tan sólo unos metros
más allá.
-¿Ves aquel farolito
azul allí enfrente? –Le había dicho Aloe- pues es allí donde vivo.
Se despidieron con un
hasta pronto y una mirada callada que lo decía todo, Aloe notó el temblor de su
mano cuando él se la tomo para decir quedamente:
-Hasta mañana…que sueñes
mucho niña.
Al día siguiente se
levantó pronto, impaciente, ansiosa, sumamente alterada, casi con angustia,
sólo esperaba que las horas transcurrieran rápido para volver sobre sus pasos.
Todo su mundo de repente se había quedado enredado en aquella playa. Por el
contrario el tiempo se obstinaba en no avanzar, desquiciándola,
obligándola a ser esclava del reloj, las manillas del segundero parecían
reirse de ella burlonas.
Al fin llegó el esperado
momento de encaminar sus pasos hasta la fina arena, volver a sentir el suave
tacto bajo sus pies. Avanzó con el corazón saltándole del pecho, ella
misma no podía creer esa sensación que le subía hasta la boca del estomago. No recordaba haber sentido algo así
anteriormente, al menos con esa intensidad que rozaba la locura.
Alex no estaba. Se
sintió decepcionada al mirar a su alrededor y no verle. Le calmó advertir la
presencia del velero, la noche anterior él le había hablado de su barquito, el
mismo que le había traído hasta aquella playa…Hasta ella.
Alex le había contado
que era un espíritu libre, un buscador de sueños. Que su mayor deseo era
navegar y descubrir universos perdidos. Secuestrar la belleza de un instante,
embriagarse con el recuerdo de un aroma, correr tras lo desconocido
-y tal vez- tropezar con esa persona ideal que andaba buscando. Más aun, para anclar por fin su barco y su vida o
partir a rumbo desconocido. Aun no lo sabía, pero juntos para siempre. Le contó
como intuía que su instinto le conduciría finalmente hacía esa mitad que
anhelaba…Hacia su amor.
Siempre que presentía un
pálpito detenía su velero y esperaba que el milagro se hiciera. Hasta ahora
nada especial había sucedido.
-Fíjate Aloe –le había
dicho Alex ¿Ves el barco? Es aquel azul y blanco. Mira el nombre. Se llama
LATIDOS. Esa palabra me representa, porque yo soy eso mismo. Un alma convertida
en latidos.
Ella siguió sonriendo
mientras evocaba las palabras de ambos la noche anterior, caminaba absorta, con una risita boba pintada en la cara y en su
pensamiento solo un nombre. Alex se había colocado delante de ella haciéndola
tropezar.
-Hola mi niña ¿Cómo estás?
Se sobresaltó, sintiendo que sus rodillas cedían, mientras un tibio calor la invadía.
-Hola mi niña ¿Cómo estás?
Se sobresaltó, sintiendo que sus rodillas cedían, mientras un tibio calor la invadía.
-Hola mi niña ¿Cómo
estás?
-Hola marino de agua
dulce –contestó al fin.
-¿Será salada? –sonrió
Alex.
-No.. yo pienso,
bueno…Creo que tus aguas son tan dulces como….
-Termina –le animó él
con cierta sorna.
-Bien, como tú…Quería
decir.- dijo al fin bajando los ojos y con las mejillas encarnadas.
-Oh! Gracias ¿Y ahora
que digo yo? –añadió él
-Nada, por favor, no
digas nada…
Se le ocurrió pensar la
cantidad de bobadas que se pueden llegar a decir cuando te sientes bien
con alguien, cuando lo que menos importa son las palabras.
Fue tan fácil desde el
principio hablar con él, adivinar cada gesto y cada palabra suya. Darse cuenta
de que compartían casi todo: gustos, aficiones, melodías, sensaciones…Y
palabras, sobre todo las palabras. Aloe lo observó mientras él hablaba con su
vehemencia habitual, ese ímpetu de conversador avezado, ducho en el arte de
explicar historias.
-Angelical y
embaucador.- pensó.
Hablaba como si las
palabras se le escaparan de dentro, a borbotones, soltándolas
entrecortadamente, pero convirtiéndolas a la vez en una dulce caricia que la
envolvía.
-¡Es un cielo! -pensó
ella, deseando decirlo, pero sin atreverse a hacerlo.
Siguieron hablando por
infinitas horas que en realidad parecían no existir, sonriendo, ironizando,
soñando… En un punto de la conversión, Aloe -deliberadamente- dejó caer que su
esposo estaba de viaje de negocios en Milán y no regresaría hasta el viernes.
Siempre se sentía muy sola y ahora parecía todo era tan diferente…
De repente la angustia
se hizo presente, no sabía muy bien porque lo había dicho, aunque íntimamente
deseaba que Alex lo supiera. Él no dijo nada…ella tampoco insistió, no era
necesario.
De nuevo el adiós -no
podía acabar aquella noche- ninguno de los dos lo quería, pero el tiempo no quiso
ser cómplice de sus deseos. Ni de sus miedos…Ni de sus quimeras.
-Adiós -dijo ella.
-¡No! –Se apresuró a
rebatirla Alex- Nunca digas adiós, se dice ¡Hasta luego!…
* * * * *
* *
El timbre de la puerta
la tomó por sorpresa, Aloe se disponía a meterse en la cama para esperar el
nuevo día, la siguiente prueba, como una niña sorprendida y asustada a la vez.
Fue a mirar quien era
algo extrañada, a esas horas de la noche, no pensaba abrir a nadie. Echo un
vistazo por la mirilla y allí estaba Alex con una sonrisa de oreja a oreja. Sin
ni siquiera dudarlo, abrió de inmediato.
-¿Qué haces aquí?
¿Ocurre algo?
-No nada, sólo te tome
la palabra, me dijiste que si necesitaba cualquier cosa, podía pedírtela.
-Claro, por supuesto
¿Qué necesitas?
-Un sacacorchos, por
favor –dijo él al tiempo que sonreía y alzaba una botella helada de vino blanco,
que llevaba en la mano.
Aloe también sonrió por
la situación. ¡Muy sutil no era, desde luego!
Estaba convencida de que
tampoco había sido esa su intención.
-¿Y no podías esperar
hasta mañana? Son casi las 12.
-Imposible, este vino
caduca justamente hoy –bromeo él- Vaya, que si no te das prisa ¡Es que no
llegamos a tiempo!
-¿Llegamos? –preguntó
ella, conocedora en parte de la respuesta.
-Sí, tú y yo. Llevaba
esperándote muchos años –dijo Alex y añadió irónicamente mientras alzaba la
botella. ¡El vino, se entiende!
Aloe volvió a sonreír,
no era algo muy usual en ella, pero desde que conociera a Alex no había hecho
otra cosa.
-¡Anda pasa! -le dijo al
fin, mientras estiraba suavemente de su manga.
La noche se consumió a
toda prisa, por más que los dos hubieran deseado retener cada uno de sus
segundos, cuando se dieron cuenta los primeros rayos de sol ya iluminaban el
ventanal. Habían pasado gran parte de las horas hablando, bailando apretaditos,
mirándose a los ojos, adivinando sensaciones, provocando deseos, bebiéndose la
vida, compartiendo palabras que decían mucho…O no decían nada…
-Tonta…
-Bobo…
-Tú, más…
Dejaron que llegara el
día mientras todavía permanecían abrazados, mejilla contra mejilla, sabían lo
que sentían, que sólo dos días habían bastado para estar y sentirse más
enamorados que si llevaran toda una eternidad juntos.
No querían que el sueño
les venciera, deseaban saborear cada uno de esos interminables segundos
juntos, finalmente el cansancio pudo más y se rindieron a él. Alex fue el
primero en despertar, se levantó en silencio, tan sólo rozó la cara de Aloe con
sus labios levemente, para al marchar cerrar la puerta con cuidado. Prefirió
dejarla en ese instante -ella sabía dónde encontrarlo- además, puede que
necesitara pensar mucho…!O quizá no!…
Un instante después de
abandonar la casa Aloe se despertó en un sobresalto, era como si esa ausencia le
doliera, porque con sólo cruzar la puerta, ya le echaba de menos.
Todo olía a él. Volvió
la cara en su cama y al hacerlo reparo en un pequeño papel doblado en mil
pliegues. Era una carta de amor, la más bella, la más sincera, la más tierna.
También era una despedida…!O quizá no!…
Los dos supieron desde
el primer instante en que se miraron -y se perdieron el uno en los ojos del
otro- que aquello no era el final de un sueño…La vida nos brinda pocas
oportunidades y nunca hay que desdeñar semejante ofrenda.
Por eso en su corazón,
las maletas ya aguardaban en la puerta…
Noviembre de 2003
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Recuerdos de la India
RECUERDOS DE LA INDIA
Aquella mujer tenía un rostro angelical e instintivamente Kavita pensó en su madre, era un recuerdo prohibido que poco a poco iba diluyéndose en su memoria, cuando llegaron a casa de su abuela paterna, se les impidió volver a mencionar siquiera su nombre. Kavita la recordaba bien a pesar de todo, aunque intuía que para su hermana se había convertido en un olvido ineludible. Recordó qué fue por el tenaz empeño de madre que ellas aprendieran a leer. No era habitual que unas niñas indias y de pobreza aparente fueran poseedoras de semejante bien, su madre les hizo prometer que lo mantendrían en secreto, Manjit y Kavita habían asimilado las lecciones ávidamente, su progenitora les enseñó lo poco que pudo aprender en aquella casa de forasteros donde sirvió, eran emigrantes alemanes dueños de grandes extensiones de tierra. Su dedicación principal consistía en hacerse cargo del cultivo de arroz desde que su marido enfermara –el padre de las niñas- con su trabajo ella aportaba las pocas rupias que entraban en casa. Sunita, que así se llamaba, tuvo tres hijos, las dos niñas, que eran las pequeñas y un chico Ranjit, el mayor de ellos, pero tal como era costumbre en la India, al morir el padre y convertirse en una mujer viuda pasó a ser poco menos que nada y como tradición también su hijo varón se hizo cargo de todo, repudiándola poco después. Ranjit cerró y vendió la casa que había sido su hogar y mandó a las niñas con la abuela. Normalmente cuando eso sucedía la mujer quedaba abandonada dentro como un mueble más, pero Sunita huyo antes de que la desgracia se apoderara de su destino. De todo ello las dos niñas estuvieron totalmente ajenas, como tampoco les fue permitido preguntar nada al respecto.
Kavita, contó detalladamente a aquella mujer que encontrara en su camino el motivo de su visita al templo...Fragmento (SIGUE)
© Samarcanda - Ángeles
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viernes
El Amor a La Vida
A menudo en mis textos me decanto por la gente que sufre o ha sufrido, no, no soy masoquista, pero cuesta desprenderse de los sentimientos cuando te invaden a diario.
A pesar de todo pienso que este texto es un canto a la vida, de ahí su titulo...
Samarcanda.
A pesar de todo pienso que este texto es un canto a la vida, de ahí su titulo...
Samarcanda.
EL AMOR A LA VIDA
© Samarcanda Cuentos -Ángeles Platas
La tarde, a través del
paisaje que le ofrecía su jardín, era un lugar querido para Agatha, esta permanecía
entre cojines, recostada en el sofá que
presidía su acogedor porche, mientras, su gatita Lily ronroneaba acurrucada a
su lado. Se le ocurrió pensar si aquello no era todo cuanto podía desear,
si en efecto a esa apacible sensación se le podía llamar Felicidad. Por
fin había conseguido la paz absoluta que persiguió infructuosamente durante toda
su vida; y es que a menudo los sueños se cumplen a golpe de perseverancia.
Respiró profundo, como si
con ese gesto pudiera compensar las veces que no logró que el aire llegará
a sus pulmones, esos momentos en que el miedo a vivir le ahogaba por dentro. Cuando
ese empeño por derribar fantasmas invisibles conseguía agotarla por completo.
Quizá en su interior siempre mantuvo una esperanza y confiaba íntimamente que este
ansiado momento llegaría. Sólo tenía que esperar con paciencia a que todas sus estrellas
se posicionaran en el lugar correcto.
-Ha sido un arduo esfuerzo -pensó- pero aquí estoy, con
casi todas las guerras ganadas.
Agatha alargó su mano para acariciar con suavidad el viejo cuaderno que llevaba consigo, ya no necesitaba hacer acopio de fuerzas para leerlo, para enfrentarse a sus propias palabras como tantas otras veces. No, no les tenía miedo…! Ya no!
Agatha alargó su mano para acariciar con suavidad el viejo cuaderno que llevaba consigo, ya no necesitaba hacer acopio de fuerzas para leerlo, para enfrentarse a sus propias palabras como tantas otras veces. No, no les tenía miedo…! Ya no!
Recordó
las veces que se había sentido caer, cuando el miedo con mayúsculas fue su
aliado y compañero inseparable. No pretendía ir más allá, ni volver a recrearse
en pensamientos que la turbaran, todo había quedado atrás y aunque no deseaba
recordar…recordó como hubo un tiempo en que llenaba sus noches de inagotables
lamentos, convirtiéndolas aun sin pretenderlo en un continuo baile de sonrisas
y lágrimas. Fue cuando el alba se volvió reacia y las noches parecían no tener
fin.
Siempre
tuvo terror a esa soledad oscura que la incertidumbre hace enorme, encontrarse un
día sin una mano que sujete la tuya, sin un abrazo que te arrope. Sentir de
repente un frío helado en el cogote, como el roce de la escarcha en una mañana
de invierno, con el mismo estremecimiento. Frío sobre frío…Y nada más.
-Los
recuerdos, son recuerdos y no se deben temer, aun así, hay que aprender que se
pueden guardar, atesorar, respetar, revivir -y a veces si es necesario- hasta
olvidar por tu propio bien.-se dijo con convicción.
Un
extraño cosquilleo le recorría cada vez que sentía de nuevo el tibio tacto del
cuaderno entre sus manos. Cerró los ojos mientras lo acariciaba y su voz
retumbó en la tarde callada: (SIGUE)© Samarcanda Cuentos -Ángeles Platas
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martes
AMIGAS O ENEMIGAS
PECADOS CAPITALES (Tema: La Envidia)
“La envidia no deja de ser una declaración de inferioridad.” (Napoleón)
“La envidia no deja de ser una declaración de inferioridad.” (Napoleón)
AMIGAS O ENEMIGAS
Hacía tiempo que eran amigas, habían
crecido juntas compartiendo aficiones, viajes, proyectos…Todo. Inseparables
durante años -los primeros de sus vidas- a menudo recordaban aventuras en las
que habían participado codo con codo y sentían que siempre merecieron la pena.
Sus familias alentaban esa amistad, sus propias madres habían sido igualmente inseparables
en la infancia y el cariño había perdurado en el tiempo. A Sole y Mónica les
encantaba decir que eran hermanas, sus cabellos dorados o sus ojos claros ayudaban
a esas fantasías que disfrutaban y les convertían aun más en cómplices de su
felicidad y sus cuitas infantiles. El tiempo fue testigo de cómo su afecto se
hacía cada vez más fuerte, cualquiera de ellas hubiera jurado y perjurado que
nada las podría separar, sin embargo hay ocasiones en las que otras fuerzas más
allá de la amistad pueden conseguir inesperados desencuentros.
Siempre les unió el deporte. A los
quince años empezaron a hacerlo de un modo más profesional aunque su suerte y
aptitudes no fueron parejas entonces, una de ellas empezó a despuntar
visiblemente. Sole fue un descubrimiento en atletismo, las competiciones de
fondo no se le resistían en absoluto, por mucho que Mónica tenía una mejor
capacidad en las distancias cortas. Entrenaban juntas y aunque en principio
todo fue apoyo mutuo, pronto las buenas marcas de Sole, empezaron a minar esa
amistad incorruptible que ambas habían mantenido durante años, convirtiéndolas
en contrincantes acérrimas en las competiciones donde coincidían. Para Sole,
siempre fue una sana rivalidad, en la que sólo estuvo presente ese mínimo
orgullo por ganar que le servía como acicate para mejorar sus marcas. Sin
embargo Mónica cada vez más se lo tomaba como un desafío, casi un agravio y la
distancia entre ambas fue haciéndose más palpable.
Una muralla invisible las iba
colocando por caminos dispares y aunque Sole siguió haciendo esfuerzos por
limar esas asperezas aparentes, la actitud de Mónica, por el contrario, ofrecía
una resistencia más que evidente. Ese sentimiento se fue acrecentando a medida
que los laureles se acumulaban en las estanterías de Sole, sus hazañas y
valores no le eran ajenos a Mónica y sin poder evitarlo la creciente envidia
que iba sintiendo por su antigua amiga, no le permitía ya ni el saludo, mucho
menos las palabras de elogio o animo, que hasta entonces siempre habían estado
presentes
Hacía tiempo ya que no coincidían en
una competición, pero esta era importante para ambas y un reto personal para
Mónica, por lo que no dudo en participar aun a sabiendas que podía encontrarse
con Sole en la pugna por la carrera. Así sucedió.,,,Fragmento (SIGUE)
© Samarcanda - Ángeles.
© Samarcanda - Ángeles.
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Relato corto
domingo
MORIR EN VIDA
PECADOS CAPITALES (Tema:
La Avaricia)
Es una gran locura la del vivir pobre, para morir rico.
(Juvenal)
MORIR EN VIDA
El Sr Edwards cambió su forma de vivir y de pensar casi de
la noche a la mañana; la trasformación
fue drástica. Era de esos ricos excéntricos que había amasado fortuna y
poder a través del mundo inmobiliario. Sus transacciones millonarias llenaron
durante años periódicos de todo el orbe, llegando a ser una persona envidiada
por cuantos le conocían. No se le tenía
por un ser mezquino, al menos no era un defecto que aireara visiblemente. No
era generoso, eso es cierto, pero sabía pasar inadvertido en ese terreno para
que nadie notara cuanto le molestaba gastar más de la cuenta a pesar de su
opulencia.
Lo cierto es que desde niño ya tenía un perfil
avaricioso, recopilando juguetes y
objetos varios, que almacenaba sin apenas tocar, sólo por el hecho de tenerlos,
de atesorarlo, sin otro disfrute, ni meta. Llenaba los armarios de su
habitación para de vez en cuando contarlos con afán desmedido esperando que
todo siguieran en su lugar, ahora le pasaba lo mismo con joyas y trofeos que
acumulaba con exagerada tacañería, vivía
sin ostentación debido a ese carácter suyo un tanto huraño pero nunca fue algo
que se pudiera considerar patológico, hasta que en aquel abril del año 66,
sucedió algo extraño.
Reunió a todo su personal en el amplio salón de su villa y les indicó que le faltaban unas monedas de oro heredadas de su padre y que tenían un valor incalculable. En realidad, sólo eran dos monedas de las 70 que componían la colección, las conocía muy bien, una a una miles de veces las había manoseado para contarlas con placer inusitado, trabajo que solía hacer una vez al mes desde hacía lustros. Aquella soleada tarde en que la primavera fue testigo, su rostro se tornó de un amarillo ocre, al rojo intenso cuando se percató de la falta de esas dos estimadas piezas. El sudor le caía por las sienes y lo acontecido ya ni le permitía pensar con claridad. Por primera vez no se sentía seguro en su casa y con los suyos. La desconfianza empezó a adueñarse de su espíritu ambicioso con enfermiza obsesión, sólo deseaba estar rodeado de sus conquistas materiales y más que nunca se convirtió en una necesidad imperiosa y primordial. (SIGUE)
© Samarcanda Cuentos - Ángeles
Reunió a todo su personal en el amplio salón de su villa y les indicó que le faltaban unas monedas de oro heredadas de su padre y que tenían un valor incalculable. En realidad, sólo eran dos monedas de las 70 que componían la colección, las conocía muy bien, una a una miles de veces las había manoseado para contarlas con placer inusitado, trabajo que solía hacer una vez al mes desde hacía lustros. Aquella soleada tarde en que la primavera fue testigo, su rostro se tornó de un amarillo ocre, al rojo intenso cuando se percató de la falta de esas dos estimadas piezas. El sudor le caía por las sienes y lo acontecido ya ni le permitía pensar con claridad. Por primera vez no se sentía seguro en su casa y con los suyos. La desconfianza empezó a adueñarse de su espíritu ambicioso con enfermiza obsesión, sólo deseaba estar rodeado de sus conquistas materiales y más que nunca se convirtió en una necesidad imperiosa y primordial. (SIGUE)
© Samarcanda Cuentos - Ángeles
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Relato corto
lunes
Amarga Espera
No hay mucho que
decir cuando el desencanto y la mentira se ha hecho fuerte en una relación.
AMARGA ESPERA (Microcuento)
Las horas pasaban con lentitud perversa, el sueño no
era su aliado. Por fin llegó apestando a perfume y traición, no se atrevió a
pronunciar su nombre, solo pasó la mano por su cuerpo inmóvil y lo sintió tenso
bajo la sabana. María se mantuvo en idéntico estado inerte cuando él rozó su
frente con un beso infiel y como cada
noche también, con ese gesto dejó caer todo el peso de la culpabilidad en su
piel hasta quemarla.
© Samarcanda-Ángeles.
martes
¿QUE FUE DEL PASADO?
¿QUÉ FUE DEL PASADO?
Él sigue siendo él,
con sus bigotes retorcidos
y su peca en la barbilla.
Aunque en realidad no es él.
Hace tiempo que dejó de ser
el estratega de antaño,
que me daba palizas al ajedrez.
Se conforma ahora con estar
-sin estar-.
-sin estar-.
Sin que una sola palabra
acuda a su boca y a su mente.
Vacío de sentimientos, de emoción
y sin esos gestos tan conocidos por mí.
Deja caer las piezas del tablero
de unas manos torpes y quebradizas,
donde apenas se sujeta ni el aire.
Le han robado su pasado y su presente
¡Y no tiene futuro!
A veces sonríe…
Otras...
Otras...
Su mirada se pierde en un infinito sin retorno.
No recuerda para qué sirven los caballitos de mármol,
ni a quién pertenecen esos ojos inquisitivos
qué continúan delante de él
-y de su mesa de juegos-
sin dejar de mirarle un solo instante.
(Un pequeño homenaje al Alzheimer)
Samarcanda - Ángeles
lunes
AMOR CIBERNETICO
Un poquito de humor -negro diría yo- aunque al fin y al cabo, humor. Guarda un pequeño mensaje de lo bueno, y menos bueno, de esta nueva tecnología que nos tiene atrapados.
AMOR CIBERNÉTICO
Le llamó la atención el enunciado y por eso decidió perder cinco minutos más para leer el resto. Lucas, sólo acostumbraba a regalar una rápida mirada al diario de la mañana, estaba convencido que su tiempo era demasiado valioso como para ser más generoso con un pedazo de papel -quería pensar eso- pero la verdad es que a menudo acababa invirtiendo los veinte minutos del desayuno en curiosear las páginas del diario o rellenando los crucigramas, siempre a salvo de miradas indiscretas.
La noticia decía:
Un vecino se ha subido a lo alto del campanario de la iglesia y ha permanecido allí atrincherado. Aunque sus convecinos se habían personado en masa para que desistiera en su empeño, este había tardado más de seis horas en deponer sus armas: un rastrillo, una azada y varias palas, que amenazaba con lanzar desde ese lugar privilegiado que había conseguido alcanzar…
-¡Hasta donde podía llegar la desesperación de un hombre!- pensó Lucas-. Empezó a elucubrar cual sería el motivo de tan desesperada decisión. Quizá se había quedado sin trabajo y se encontraba en un momento de desesperación, puede que hubiera perdido la última cosecha debido a los últimos vientos habidos en la zona y con ella su cabeza -o peor aun- que ya no podía seguir pagando la hipoteca de su casa.
-Ufff!!...De esos hay muchos casos últimamente -sentenció.
Ansioso por enterarse del final de la historia y descifrar cual había sido el itinerario seguido por la victima hacia el desastre, dirigió sus ávidos ojos a las últimas frases de la noticia. Sebastián -que así se llamaba el hombre- exigía al alcalde del pueblo que le dejará engancharse a la línea de teléfono del ayuntamiento, ya que para él, se había convertido en una necesidad de supervivencia el “Internete ”- como él lo llamaba- y sólo era posible la conexión en todo el pueblo desde ese punto neurálgico.
Según se explicó después, había quedado con una bella muchacha para hablar a una hora concreta y veía con decepción que no podría cumplir su promesa , la susodicha internauta previamente ya había desplumado a Sebastián a través del teléfono y el sesentón aldeano a pesar de ello, se negaba a prescindir de su inestimable compañía. El loco de las redes, como así lo apodaron sus vecinos, sólo aceptó bajar de su elevado aposento, cuando le prometieron que se accedería a sus pretensiones; este, orgulloso de su éxito, no paraba de saltar de alegría, dando botes y más botes en el mínimo espacio que compartía con el resto de artilugios que le habían acompañado en semejante aventura. Tras encaramarse en lo más alto, dispuesto ya a descolgar la bandera que izara a su llegada, un trágico descuido le hizo dar un traspiés, para seguidamente caer al vacío. A pesar del fatal desenlace, Sebastián siguió con su imparable clamor de vencedor hasta dar con los huesos en el empedrado. En el triste camino hacia la muerte, sólo se oía un irónico !!Lo he conseguido!
© Samarcanda Cuentos - Ángeles.
AMOR CIBERNÉTICO
Le llamó la atención el enunciado y por eso decidió perder cinco minutos más para leer el resto. Lucas, sólo acostumbraba a regalar una rápida mirada al diario de la mañana, estaba convencido que su tiempo era demasiado valioso como para ser más generoso con un pedazo de papel -quería pensar eso- pero la verdad es que a menudo acababa invirtiendo los veinte minutos del desayuno en curiosear las páginas del diario o rellenando los crucigramas, siempre a salvo de miradas indiscretas.
La noticia decía:
Un vecino se ha subido a lo alto del campanario de la iglesia y ha permanecido allí atrincherado. Aunque sus convecinos se habían personado en masa para que desistiera en su empeño, este había tardado más de seis horas en deponer sus armas: un rastrillo, una azada y varias palas, que amenazaba con lanzar desde ese lugar privilegiado que había conseguido alcanzar…
-¡Hasta donde podía llegar la desesperación de un hombre!- pensó Lucas-. Empezó a elucubrar cual sería el motivo de tan desesperada decisión. Quizá se había quedado sin trabajo y se encontraba en un momento de desesperación, puede que hubiera perdido la última cosecha debido a los últimos vientos habidos en la zona y con ella su cabeza -o peor aun- que ya no podía seguir pagando la hipoteca de su casa.
-Ufff!!...De esos hay muchos casos últimamente -sentenció.
Ansioso por enterarse del final de la historia y descifrar cual había sido el itinerario seguido por la victima hacia el desastre, dirigió sus ávidos ojos a las últimas frases de la noticia. Sebastián -que así se llamaba el hombre- exigía al alcalde del pueblo que le dejará engancharse a la línea de teléfono del ayuntamiento, ya que para él, se había convertido en una necesidad de supervivencia el “Internete ”- como él lo llamaba- y sólo era posible la conexión en todo el pueblo desde ese punto neurálgico.
Según se explicó después, había quedado con una bella muchacha para hablar a una hora concreta y veía con decepción que no podría cumplir su promesa , la susodicha internauta previamente ya había desplumado a Sebastián a través del teléfono y el sesentón aldeano a pesar de ello, se negaba a prescindir de su inestimable compañía. El loco de las redes, como así lo apodaron sus vecinos, sólo aceptó bajar de su elevado aposento, cuando le prometieron que se accedería a sus pretensiones; este, orgulloso de su éxito, no paraba de saltar de alegría, dando botes y más botes en el mínimo espacio que compartía con el resto de artilugios que le habían acompañado en semejante aventura. Tras encaramarse en lo más alto, dispuesto ya a descolgar la bandera que izara a su llegada, un trágico descuido le hizo dar un traspiés, para seguidamente caer al vacío. A pesar del fatal desenlace, Sebastián siguió con su imparable clamor de vencedor hasta dar con los huesos en el empedrado. En el triste camino hacia la muerte, sólo se oía un irónico !!Lo he conseguido!
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Relato corto
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