Un poco de suspense y terror para estos días de Octubre. Hallowen se acerca...
EVAN EL ENTERRADOR
Corrían los primeros años del siglo XIX en un modesto pueblo
del condado de Berkshire al oeste de Londres. Un ser
distante y apocalíptico hacía trabajos de sepulturero de la zona. Evan, siempre permanecía con semblante
cabizbajo y sin mostrar jamás su rostro. Caminaba arrastrando los pies, vestido
por completo de negro y con un mechón en la cara que dificultaba despejar esas dudas que le envolvían. No
soportaba que le tocaran, ni le hablaran, tampoco aceptaba órdenes de nadie. En
el pueblo conocían sus manías y excentricidades, pero lo respetaban más por recelo
y desconfianza que por otra cosa. . Un pueblo pacífico en apariencia donde nadie
preguntaba sobre el resto de sus semejantes y es que a nadie parecía
interesarle realmente la vida de los demás
Evan disponía de una casucha de apenas cuatro paredes en el
mismo cementerio y allí permanecía invariablemente sin abandonar el lugar bajo ninguna
circunstancia. Miller, el viejo de la tienda de ultramarinos le hacía llegar su
escueta lista de provisiones una vez por semana, dejándola siempre delante de
su puerta.
Aquella tarde de enero el pueblo se llenó de policías y
periodistas. El frio helaba sus voces cuando se dirigieron hasta la vieja casa
del enterrador, era de allí de donde provenían los extraños sonidos que llevaban
horas alertando a los habitantes del lugar. Ninguno sin embargo se atrevió a
acercarse, mucho menos tocar el timbre de la casa de aquel iracundo ser. Unas luces
intermitentes se movían a intervalos imprecisos e imágenes difusas garabateaban
la incipiente noche. Estas se habían visto alrededor de la casa dando a todo
tipo de especulaciones, pero sin que nadie hiciera nada al respecto. El lugar
ya de por si tenebroso e inquietante, no ayudaba a que la curiosidad ganara terreno
al temor que les producía tanto el
cementerio, como su morador.
Cuando llegaron los agentes, acordonaron el lugar de
inmediato y algunos vecinos indiscretos y envalentonados saltaron para curiosear. Los gritos aterradores eran en
efecto de Evan que cruzaba en esos momentos, preso del pánico por toda la casa.
Por primera vez pudieron ver su rostro. Una horrible cicatriz le cubría desde la sien derecha hasta la boca,
sus ojos parecían salirse de sus cuencas y una visible espumilla emergía de su
boca. De repente cayó al suelo ante un espasmo grotesco que le obligó a
doblegarse sobre sí mismo como una inerte madeja.
Estaba muerto, el forense comentaría después que en
apariencia se había desangrado. Era un cuerpo contraído, empequeñecido, que no
disponía de una sola gota de ese líquido vital que le permitiera seguir con
vida. Su rigidez y palidez evidenciaba llevar
varias horas muerto, sin embargo todos habían presenciado como gritaba y corría
por la habitación despavorido segundos antes de caer al suelo. No entendían
nada, ni podían ofrecer una explicación lógica ante tal alarde de horror. Efectivamente
había sangre por el suelo, apenas unas gotas, insuficientes para causar la
muerte de Evan. Sin contar que al reconocerlo no se le apreciaron cortes, ni
lesiones de ningún tipo. Nada, más allá de la falta absoluta de sangre.
La curiosidad, el asombro y desconcierto eran unánimes. El
hueco en el suelo apareció por casualidad, siguiendo los detectives otras
líneas de investigación y arrojó algunas respuestas a aquel enigma absurdo. Un
fosco y húmedo agujero surgió ante ellos, de difícil acceso y angosto al paso.
Entraron un par de hombres provistos de linternas y guantes para no tocar nada
indebido. La pared rezumaba un líquido amarillento de pestilente hedor y el
suelo estaba resbaladizo debido a una sustancia rojiza y pegajosa que lo cubría
casi por completo. La visibilidad era escasa y la integridad de los que allí se
encontraban no estaba asegurada. Costaba respirar.
A un lado del muro había una estantería de hierro repleta de
grandes botes de cristal, todos ellos contenían un liquido trasparente. No era
agua, con temor se acercaron a
olfatearlo. Era formol. El tufo les hizo recular rápidamente, la concentración
era muy alta. Sólo algunos estaban llenos, pero debido a la oscuridad del
habitáculo no fueron conscientes de inmediato de su contenido, trozos de alguna
extraña cosa flotaba dentro, al acercarse un poco más el investigador
retrocedió mientras profería un grito de pánico. Era una mano, mejor dicho un
muñón perteneciente a un puño cerrado. En el otro subsistía intacto, un pie y
el siguiente cacharro contenía un par de ojos todavía en buen estado, de color
oscuro. Salieron de allí a toda prisa, aunque conscientes que tarde o temprano
deberían volver a bajar a tan espantoso escenario. Lo hicieron unas horas
después, con ojos y mente muy abiertos, no había más remedio que enfrentarse al
terrible holocausto humano que contenían aquellas paredes infectas. Era su
trabajo. Pero sin imaginar que espeluznantes sorpresas aun les aguardaban. El
resto de botellas de cristal estaban vacías, pero aun conservaban el líquido
traslucido de olor penetrante. Justo al lado de una mesa se encontró una
libreta negra manchada de sangre, la tomaron y añadieron así unas cuantas
respuestas más al acertijo. Escrito a
letra rápida y lectura complicada, decía:
-Ya tengo casi todas las partes de mi preciosa niña, la que
será mi compañera y estará conmigo hasta el fin de mis días. Me ha costado años
conseguirlo, pero al fin esta aquí. Una de las manos que debía utilizar al
final se ha malogrado y me ha costado encontrar una nueva que resultara
adecuada. Las últimas muertes acontecidas en el pueblo eran de mujeres muy ancianas
y tenían las manos arrugadas o trabajadas en exceso debido a la faena del
campo. Definitivamente no eran de mi gusto. He cambiado también sus ojos negros
por otros verde mar, me parecían más acordes y quedando perfectos con el cabello
rubio de la hija de Solans, una niña de belleza alabastrina muerta de
tuberculosis. La verdad es que hubiera utilizado muchas de sus partes. Frágiles
y apetecibles…
Pero por primera vez he tenido que matar para hacerme con
ese tesoro inesperado. -los ojos- La chica a la que se le estropeó el coche
delante de mi puerta los tenía de un turquesa irreal ¡Eran perfectos! Creo que
nadie llegó a verla. Fue mía en apenas segundos. Pero me falta un último
detalle y no quisiera demorar por más tiempo tu encuentro, deseo que te
conviertas en mi amada, KAAMLA. No he
elegido tu nombre arbitrariamente, significa, perfecta y tu lo eres. Colocaré el cerebro de
esa misma chica y así acabaré por fin, no me gusta utilizar más de una parte de
cada cuerpo, pero en este caso haré una excepción. El enorme deseo de concluir
mi obra me consume. No esperare más…
Al agente le costaba leer las anotaciones con una mínima
calma, le superaba la imagen que
proyectaba su mente, cada frase macabra
le torturaba y le obligaba a mirar a ambos lados de aquel escenario de
tinieblas donde imaginaba tanto horror. Intentó continuar leyendo. La
caligrafía había cambiado sensiblemente, haciéndose aun más ilegible. Esta vez las
palabras se habían tornado en una súplica siniestra, pero lo que más le llamó
la atención fue la fecha. 23 de enero de 1811. Correspondía a ese mismo día, el
que murió Evan, sin duda eran sus
últimas palabras.
-No puedo esperar más, daría mi vida si pudiera por verte,
mi sangre si fuera preciso. Vendería mi alma al diablo cual hiciera Fausto ante
el pacto del mismísimo Mefistófeles.
Sí, mi sangre te daría si pudiera…
Ahí acababa todo. Ningún otro dato más
que aclarara el misterio… Ni siquiera cual era el destino de las partes de esa
extraña criatura que Evan mencionaba.
Silencio, sólo silencio…Y una turbadora presencia que lo
envolvía todo…
©Samarcanda Cuentos-Ángeles.