Nuestra vida es una continua contradicción, a veces efectivamente habría que decir:
"Ten cuidado con lo que deseas, no sea que se cumpla"
-Samarcanda-
TIEMPO AL TIEMPO (Relato corto)
De nuevo esa sensación. El tiempo se ha achicado y me ha escamoteado horas en este inútil día. Nada ha salido como ansiaba y otra vez camino por la antesala de la espera diaria, la que pondrá en marcha el engranaje de esa intacta jornada, como papel en blanco para seguir escribiendo el diario de mi vida. !Pero eso será mañana!
Esta noche debo hacer acopio de fuerzas para alcanzar el siguiente día. Mi lecho es -también como cada noche- el instrumento físico que me inocula la fortaleza que ya no tengo. Me acuesto, me revuelco en él, con el convencimiento de que el siguiente será el esperado, el que me permitirá no sentir que ha sido una jornada inacabada, infausta y dolorosamente estéril. ¡Siempre esta aviesa conmoción! Me faltan horas y aunque invierto y afianzo mis arrestos para que pueda ser fructífera, resulta al final aciaga.
Ya no me inspiran mis deseos de logros. Tampoco he conseguido llegar a ese estado de sosiego y paz ambicionada. Todavía hoy, a mis 60 años de intolerancia mal fingida y soberbia desmesurada, he sido incapaz de conseguirlo. De sentir que uno sólo de mis días ha merecido la pena vivirlo. Intuyo que no son muchos los años que me aguardan, yo seguiré zarandeando mi mente ante las enormes dudas que aun en este instante, me asaltan. Y me inculpo nuevamente por esa debilidad de ánimo de antaño y me sigo preguntando ¿Por qué no permití que sucediera? Que hubiera sido de mí si no llego a desdeñar -con aquel tímido desprecio- la suplica que me hiciera el viejo Melquiades. En el fondo quise aceptar, de ahí la parquedad en mi reacción. Él me juró entonces que podía darme tiempo. !Todo el tiempo del mundo! -me dijo- Y yo no le creí. O quizá a no hacerlo, me movió el temor.
Ahora mataría por arrebatar a Chronos sus virtudes, todo por hacer eternas mis jornadas y que tuviera espacio suficiente para finiquitar mis proyectos sin que me venciera a cada paso el cansancio. Cada día es un principio y yo ansió que sea una continuación. Sin interrupciones, sin que el día que se convierte en luz de nuevo, sea prólogo de una inequívoca noche oscura y sin provecho.
Continúe quedo por un momento, observando el reloj que siempre acompañaba con silenciosa camaradería mis horas. Lo miré en varias ocasiones incrédulo, antes de advertir que seguían siendo las ocho cuarenta de aquella fría mañana, después de mucho tiempo las manillas se mantenían perezosas en su mismo estado.
-Otra vez se ha parado este maldito cacharro –pensé contrariado.- Le di un suave golpecito, para acto seguido acercarlo al oído. El caso es que el aparatejo continuaba con su armónico tic-tic, sin embargo el tiempo parecía pasar en vano. ¡Definitivamente se ha muerto, el pobre!
Con un pálpito en el corazón corrí a la cocina y me acerqué, con temblorosa emoción, al reloj de péndulo que coronaba la alacena. Igualmente eran las ocho cuarenta…
¿Y ahora qué? –Exclamé lacónico- ¿Qué razón tendrán mis días si no tienen fin?
© Samarcanda -Ángeles.
De nuevo esa sensación. El tiempo se ha achicado y me ha escamoteado horas en este inútil día. Nada ha salido como ansiaba y otra vez camino por la antesala de la espera diaria, la que pondrá en marcha el engranaje de esa intacta jornada, como papel en blanco para seguir escribiendo el diario de mi vida. !Pero eso será mañana!
Esta noche debo hacer acopio de fuerzas para alcanzar el siguiente día. Mi lecho es -también como cada noche- el instrumento físico que me inocula la fortaleza que ya no tengo. Me acuesto, me revuelco en él, con el convencimiento de que el siguiente será el esperado, el que me permitirá no sentir que ha sido una jornada inacabada, infausta y dolorosamente estéril. ¡Siempre esta aviesa conmoción! Me faltan horas y aunque invierto y afianzo mis arrestos para que pueda ser fructífera, resulta al final aciaga.
Ya no me inspiran mis deseos de logros. Tampoco he conseguido llegar a ese estado de sosiego y paz ambicionada. Todavía hoy, a mis 60 años de intolerancia mal fingida y soberbia desmesurada, he sido incapaz de conseguirlo. De sentir que uno sólo de mis días ha merecido la pena vivirlo. Intuyo que no son muchos los años que me aguardan, yo seguiré zarandeando mi mente ante las enormes dudas que aun en este instante, me asaltan. Y me inculpo nuevamente por esa debilidad de ánimo de antaño y me sigo preguntando ¿Por qué no permití que sucediera? Que hubiera sido de mí si no llego a desdeñar -con aquel tímido desprecio- la suplica que me hiciera el viejo Melquiades. En el fondo quise aceptar, de ahí la parquedad en mi reacción. Él me juró entonces que podía darme tiempo. !Todo el tiempo del mundo! -me dijo- Y yo no le creí. O quizá a no hacerlo, me movió el temor.
Ahora mataría por arrebatar a Chronos sus virtudes, todo por hacer eternas mis jornadas y que tuviera espacio suficiente para finiquitar mis proyectos sin que me venciera a cada paso el cansancio. Cada día es un principio y yo ansió que sea una continuación. Sin interrupciones, sin que el día que se convierte en luz de nuevo, sea prólogo de una inequívoca noche oscura y sin provecho.
Continúe quedo por un momento, observando el reloj que siempre acompañaba con silenciosa camaradería mis horas. Lo miré en varias ocasiones incrédulo, antes de advertir que seguían siendo las ocho cuarenta de aquella fría mañana, después de mucho tiempo las manillas se mantenían perezosas en su mismo estado.
-Otra vez se ha parado este maldito cacharro –pensé contrariado.- Le di un suave golpecito, para acto seguido acercarlo al oído. El caso es que el aparatejo continuaba con su armónico tic-tic, sin embargo el tiempo parecía pasar en vano. ¡Definitivamente se ha muerto, el pobre!
Con un pálpito en el corazón corrí a la cocina y me acerqué, con temblorosa emoción, al reloj de péndulo que coronaba la alacena. Igualmente eran las ocho cuarenta…
¿Y ahora qué? –Exclamé lacónico- ¿Qué razón tendrán mis días si no tienen fin?
© Samarcanda -Ángeles.
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