miércoles

Una Jornada Horribilis

Este es un relato cotidiano y sencillo, la pequeña historia de un día cualquiera en la vida de una adolescente, con los típicos problemas y dudas que conlleva esta difícil etapa vital. No intenta dar ni lecciones de moral, ni se buscan grandes moralejas, la única y más importante, que nunca un día es tan malo como para no sacarle ese puntito de maravilloso, que seguro esta ahí escondido. Aun teniendo en cuenta, que normalmente lo que acontece a diario no es ni tan trascendente, ni tan terrible como la visión -joven e inexperta- de nuestra protagonista. 
En definitiva un día como cualquier otro.
Una Jornada Horribilis
UNA JORNADA HORRIBILIS por Samarcanda Cuentos- Ángeles 

Subió de dos, en dos las escaleras, aunque vivía en un tercer piso no tuvo el valor de esperar el ascensor que -como de costumbre- se hacía el remolón justo cuando más lo necesitaba.

-¡Siempre igual! –pensó-. Con el corazón en un puño y esperando que su padre ya se hubiera quedado traspuesto en el sofá, introdujo con suavidad la llave y giró el pomo con más cuidado aun.

-Ningún ruido –pensó- ¡Menos mal!

Cruzó el pasillo y al pasar delante del salón, ni siquiera se atrevió a respirar.

Una voz bajita y susurrante le llegó a traición por la espalda.

-¿Donde cree que va, señorita?

-¡Vale, me has pillado! –Aceptó ante la mirada inquisitiva de su padre. Este, colocado tras ella, esperaba deseoso de escuchar las excusas que inevitablemente estaban a punto de llegar.

Reconocía que en aquella jornada infernal le había pasado de todo y estaba hasta las narices de tanta mala suerte, sólo le faltaba -y como colofón- que su padre le diera una charlita de las suyas.

-A ver Ariadna–le había dicho su progenitor- ¿Es que no te sirven de nada las broncas que te echo día sí…Y día también?

-¡Jolines, jolines! –Pensó- Cuando me llama Ariadna, en vez de Ari, es que la cosa se va a poner difícil.

Había sido un lunes horribilis y eso que no acostumbraba a discriminar ningún día sin tener un buen motivo, pero la verdad, es que esta vez disponía de un variado ramillete de ellos.

-Sí, papá –contestó finalmente Arí- tienes toda la razón. Es tardísimo, pero…

-¡Ey, ey, ey! Para Ari, que te conozco y no estoy de humor para escuchar una de tus elaboradas invenciones. Soy consciente, de que tu imaginación puede no tener límites.

Ella se acercó zalamera y le estampó un beso en la mejilla, al tiempo que le dedicaba la mejor de sus sonrisas.

-Desde luego, que sabes cómo hacer para embaucarme, pero no creas que te vas a ir de rositas esta vez. Además, se te nota a la legua que me estás haciendo la pelota... ¡Guapa!

-Venga papi querido, no seas tan susceptible. ¡Ya sabes que te quiero de verdad!

-Si claro, sobre todo cuando te interesa. -Sonrió su padre. Estas no son horas de llegar, mañana tienes que madrugar y te salva que salgo de viaje a primera hora, así que no tengo tiempo -ni ganas- de pelearme contigo…Pero te la guardo ¡Eh! No pienses, ni por un momento que esta conversación se ha acabado aquí.

-Está bien, papi. A tu vuelta lo hablamos ¿vale?

¡Uff! –pensó- No ha ido tan mal después de todo. Debe estar super cansado para no echarme la regañina del siglo; y es que hoy, no ha sido un cuarto de hora como es habitual, hoy me he pasado veinte pueblos.

-! Prometo ser buena, prometo ser buena! -Se repetía mentalmente Ari- mientras se dirigía a su cuarto.

Lo cierto es que no era mala chica...Sólo era joven. La inmadurez y la falta de experiencia le hacían actuar de un modo impulsivo su padre le machacaba una y mil veces que fuera más reflexiva y responsable. ¡No, la maldad no tenía nada que ver con todo eso! Él se esforzaba en ser un buen padre –y una buena madre también- pero esa parte todavía ella, no la acaba de tener muy clara.

Entró en su habitación y cerró la puerta tras de sí, como si aquel gesto le permitiera quedar a salvo de todo, era su refugió cuando llegaba a casa, esa pequeña posesión exclusivamente suya. Recorrió con la mirada su aposento, la pared verde manzana que le pintara su madre, todavía la acompañaba, las viejas cortinas de gasa heredadas de tía Susana seguían intactas. Dio la vuelta y esta vez sus ojos se quedaron clavados en una imagen menos idílica.

-! Madre mía! -Exclamó Arí mientras se tapaba la boca- La verdad es que no recordaba haber dejado el escritorio de una manera tan desastrosa.

Pero no era sólo el escritorio, el armario estaba a rebosar y la ropa empezaba a hacer verdaderos esfuerzos por permanecer dentro.

-Como mi padre entre ahora, me cae la del pulpo y esta vez no me salva ni un milagro.-Concluyó en voz alta.

Siguió con su ritual cotidiano. Se quitó las deportivas para calzarse sus zapatillas de cabeza de gato y se puso el pijama. Seguidamente se enfundó los cascos, estallando la música como una explosión dentro de su cerebro. Ari, acostumbrada al estridente ruido que salía del aparato, canturreaba al mismo tiempo que se ponía manos a la obra.

-Tampoco cuesta tanto -reconoció al final. Si tuviera la buena costumbre de recoger cada día me evitaría muchas broncas.

De un saltó se tiró en la cama y mandó a la otra punta de la habitación sus zapatillas gatunas. Como siempre también, abrió cuidadosamente el cajón de la mesilla y sacó su libro con truco donde guardaba la joya más preciada, una pulserita de la que colgaba una medalla con la imagen de su madre. Se la había regalado al principio de su enfermedad y ahora ella, la conservaba celosamente desde su muerte.

-Buenas noches, mami -le deseo mientras posaba sus labios en la imagen- te echo de menos.

Metió la mano bajo la almohada y sacó a su compañera del alma, su vieja amiga que había permanecido con ella desde su infancia. Le parecía un poco ridículo conservarla todavía, pero aunque cada noche se hacía la misma promesa -mañana me deshago de ella- lo cierto es que no acababa de decidirse, la vieja luciérnaga ya sin luz en la nariz, seguía siendo fiel aliada de sus noches de duermevela y sus confidencias nocturnas.

Antes de rendirse al sueño tocaba un repaso mental y como era una chica de ideas fijas y férreas costumbres, así lo hizo. Abrazó con fuerza a su muda camarada y contó a su peluche los pormenores de su infausta jornada.

-Hoy es de esos días para olvidar -¿sabes?- Primero perdí el autobús, por mi manía de apurar el tiempo al máximo. Claro, si no metiera el despertador en el cajón para no oírlo, no me pasarían estas cosas...Y es que al final siempre se me pega el ojo…La sabana también ¡Y así no hay manera! Después, me echaron de clase…

-¡Están no son horas de llegar, señorita Mendizabal! -había dicho Don Pablo, con su vozarrón imponente.

Así, que tal como había entrado por la puerta, volví a salir. En fin, que no tuve más remedio que irme a la cafetería hasta la siguiente clase. Fue entonces cuando eché mano a mi cartera y -¡Horror!- Se me encendió una lucecita, y como en un sueño, vi mi monedero encima de la cómoda

- ¡Me lo he dejado otra vez! –Grite-

Menos mal que llevaba la tarjeta del autobús, porque si no, ni eso. Bueno, esto ya dejaba de ser medio normal -y pensé- alguien me ha echado mal de ojo. ¡Ay, Blanquita! -Porque su amiga nocturna tenía nombre y todo- ¡No te imaginas que día!

Se estaba quedando dormida cuando la sobresaltó un recuerdo.

-!Mmmmm! ¡Se me había olvidado por completo! ¡Pero si Ivan me pagó la bebida! Por lo visto no se había perdido ni un detalle de lo sucedido y ante mi mala pata, se acercó a socorrerme. -sabes- Mientras tiraba de uno de mis rizos, me dijo:

-¡Yo pago la cola pelirroja!

Mi cara estaba encendida por la vergüenza – ¡el chico más guapo de la clase sabía que existía, Dios!- intenté decirle que no hacía falta que me pagara nada, me levanté de un salto para darle un toquecito suave en el hombro, pero como la mala sombra seguía persiguiéndome, le tiré por encima la cervecita que llevaba en la mano, dejándolo todo empapado. Entonces definitivamente me quedé inmóvil, esperando su reacción, pero él en vez de enfadarse conmigo, me sonrió compresivo.

Ari esbozó una sonrisa picarona al recordarlo, para añadir:

-¡Como me he podido olvidar! -¿Sabes Blanquita?- Pensándolo bien ¡No ha sido tan nefasto el día, después de todo!…


Samarcanda - Angeles.
2013

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