<Cuando los amigos por los que te haces acompañar son de dudosa reputación, invariablemente acabas teniendo problemas. Por eso no se puede andar por la cuerda floja cual diestro funambulista sin esperar que las consecuencias lleguen a ser imprevisibles, inesperadas…O algo peor…
Y es que en ocasiones, coquetear con el miedo, la soledad y la desesperanza, te llevan por caminos que no conducen a ninguna parte.>
-Samarcanda-
-Samarcanda-
DE DUDOSA REPUTACIÓN (Cuento Corto)
Aída se despertó sobresaltada, ni siquiera sabía donde estaba en medio de su aturdimiento. Alguien -quizá algo- la había golpeado con fuerza. Sintió un dolor opaco a la altura del hombro y abrió los ojos en la oscuridad al tiempo que se palpaba con cuidado. No había nadie, no había nada; era lo de siempre...
Conocía cada centímetro de su anatomía, pero sobre todo sabía perfectamente la intensidad con la que debía tocarse cuando el dolor aparecía, este siempre lo hacía de igual forma; a traición y sin previo aviso. Lo cierto, es que nunca llegaba a irse del todo. Lo peor de todo era su consciencia de ello, que conseguía irritarla y hacerla sentir cada vez más vulnerable y malhumorada. Estaba además de dolorida, engarrotada y entumecida, con la terrible impresión de haber sido golpeada en todo el cuerpo, una sensación por desgracia, ingratamente cercana y habitual para ella.
-¡Dios! La espalda, el cuello, mis piernas. ¡Jolín! Lo de los manos es ya inaguantable –se lamentó al tiempo que las oprimía con fuerza.
Permaneció por un largo espacio en su cama, sin moverse, sin atreverse siquiera -puede que no pudiera-. No sabía...Sólo reconocía que extrañamente todo su cuerpo latía al mismo compás. Igual que si se tratará de una herida abierta a la que aprietas rápido, notando debajo de tus dedos como se concentra todo el bombeo sanguíneo. Con absoluta nitidez apreció como el traqueteo incesante se empecinaba en ir aumentando de intensidad para mayor desesperación tuya.
La frente de Aída estallaba de dolor y adivinaba como un sudor frío la recorría. Se codeaba a menudo con las reacciones de su cuerpo como para no reconocerlas y siempre, endiabladamente igual. No deseaba moverse, era como si algo invisible la reclamara, la sujetara. Había hecho varios intentos por levantase sin éxito, el agotamiento era extremo y su resistencia estaba al límite. Aunque, ese límite lo había rozado tantas veces... (SIGUE)
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