Él siempre me sonreía con todo su amor y acariciando mi carita, añadía:
–¿Qué más se puede pedir, querida? Un bello nombre
para una bella princesa.
El que así hablaba era mi abuelo, estaba claro que
siempre me vería la más bonita la más lista, la mejor de todas. Sin embargo a mí sus palabras en
esos momentos de “duda existencial” me valía de muy poco. Solo sentía
que mi vida era un drama…
Y es que era yo entonces una niña de apenas once años
enfadada con el mundo y conmigo misma. A esa edad puede parecer que pocas cosas
te afectan, pero tenía una pena, –bueno, unas cuantas– mis trenzas color
panocha, mis infinitas pecas y esa delgadez que la naturaleza me había
regalado, pero sobre todo mi baja estatura, que me tenía muy preocupada. No,
definitivamente no estaba contenta. Mi madre siempre me decía que le diera
tiempo al tiempo, pero mi desasosiego no cesaba, me miraba al espejo y seguía
sin encontrar en aquel rostro un detalle que me recordara a Sandy, la reina de
la clase. Rubia y esbelta –un poco engreída, eso sí– pero traía a los chavales de cabeza, a los
de nuestra clase y a los más mayorcitos, también. Estaba claro que yo siempre
sería invisible para ellos y seguía convencida que no destacaba por nada.
Cuando le hacía participe a mi madre de mi congoja, esta siempre me espetaba la
consabida palabrita: Paciencia. Entonces no entendía… Aquella tarde me sorprendió mamá subida en
sus sandalias de charol negro de veinte centímetros, a punto de precipitarme contra
el suelo, intentando conseguir la altura ansiada.
–Te vas a hacer daño Dunia –me sonrió– ese no es el camino, cariño. Y es que por mucho que el gallo se
calce unos zancos, no se convertirá en rosado flamenco… Y sabes querida, puede
que ni siquiera sea necesario. Ven, te voy a contar una bonita historia y
así lo entenderás.
Sacó entonces del cajón un viejo libro de cuentos y
se interesó por uno en concreto. “Intentaré ser Freesia” de Jorge Bucay. Al
finalizar su lectura –añadió:
-No hay posibilidad de ser quien no somos, si
luchas contra eso nunca serás feliz. Lo maravilloso de la vida es ser tú,
alguien único y especial.
El tiempo dio la razón a mama, aunque eso no lo
supe en ese momento… si no mucho después. Y no solo me convertí en la hermosa
princesa que tanto presagiaban mi abuelo y mi madre, sino que hoy me encuentro
aquí leyendo aquel mismo libro a mi hija Wendolin que dramatiza con su joven
desdicha. Mínima ahora para mi… Enorme para ella.
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