Era un luminoso día de mayo, ella caminaba descalza
por la playa como siempre acostumbraba. Daba igual que fuera invierno o verano,
otoño o primavera, esos interminables deseos de descubrir una nueva puesta de
sol, de colores y resplandor increíble le hacían salir en su busca a diario,
necesitaba sentir ese familiar cosquilleo de la arena en sus pies desnudos, esa
brisa suave que le rozaba el rostro como la mejor de las caricias. Ese olor a
mar y a sal que le obligaba a cerrar los ojos y suspirar con fuerza para
tragárselo de un sólo aliento.
Llevaba siempre consigo
su piedra de la suerte. No era más que un trozo de canto de increíble suavidad
con el que había tropezado hacía mucho tiempo. A menudo pensaba que no había
sido fortuito, que alguien premeditadamente la había dejado allí como un
símbolo; el primer eslabón de un acertijo que aun estaba por desentrañar.
Alcanzó el final del
embarcadero tal como solía hacer. Tomó aire, suspiró sonoramente y sonrió. Justo
antes de emprender el camino de vuelta, ya de regreso, advirtió la presencia de
un forastero -era evidente que lo era- en su habitual paseo diario conocía a
cada uno de los que también acostumbraban a entregarse al placer de ver el mar
y el estallido de las olas contra las rocas. Un ritual divino e inexplicable
que muy pocos compartían. El extranjero estaba dando de comer a las gaviotas
que se acercaban solícitas y sin temor hasta sus manos para recoger lo
ofrecido, a ella le imponían un poco esas aves e intentaba siempre rehuir su
contacto, pero les reconocía encanto y majestuosidad.
El cielo aun era claro y
un murmullo de sirenas parecía acompañar sus pasos, no tenía grandes motivos,
pero se sentía radiante, así lo demostraba su amplia sonrisa y esas notas
familiares que tintineaban en sus labios. Casi no miró a aquel muchacho, pero
con clara nitidez sintió un estremecimiento al pasar junto a él.
-Oye, niña, se te ha
caído esto –dijo él con evidente descaro.
Ella paro sus pasos y le
miró al fin con su calma y cadencia habitual.
-¿Cómo dices? –preguntó
mientras pensaba en la insolencia de aquel chico.
-Esta piedra es tuya. Vi
como caía de tu mano.
-Oh!! Gracias, te
parecerá una tontería, pero si llego a perderla lo hubiera sentido muchísimo
–esta vez sonrió al responder. !Es mi piedra de la suerte!
-No hay de que –dijo de
inmediato, devolviéndole la sonrisa, al tiempo que estiraba su mano y añadía:
-Hola, mi nombre es
Alex. ¿Y el tuyo?
“Descarado y simpático”
–pensó ella.
Nuevamente el escalofrío
al sentir su mano en la suya. Fue una sensación como de haber vivido ya ese
momento -Déjà vu, creo que le llaman- le miro fijamente y aunque seguía
pareciéndole un tanto atrevido, en el fondo le hizo gracia esa manera tan
fresca, tan espontánea de presentarse y entablar una conversación.
-Me llamo Aloe- dijo por
fin.
-Uy! Que nombre
más…mmm..¿Peculiar? Nunca conocí a nadie que se llamará de ese modo -sonrió
Alex mientras añadía- ¿Significa algo?
-Sí, es el nombre de una
planta – le aclaró ella- un cactus para ser exactos. Me fascinan, porque son de
los pocos seres vivos que no se rinden nunca, luchan por subsistir y sobreviven
a pesar de todos las dificultades. ¡Son admirables!
-Sí, para mí también es
importante la tenacidad y la fuerza –contestó Alex con aquella sonrisa, mezcla
de ternura y complicidad.
- ¿Vas a soltar mi mano?
-Preguntó Aloe al tiempo que sonreía burlona.
-Ah, perdona, me había
quedado abstraído con tu…explicación.
Siguieron hablando y
hablando. El tiempo parecía haberse detenido para siempre, hasta era posible
que ya se conocieran y que aquello no fuera más que un feliz reencuentro. Presentían
que se habían estado esperando, que ahora por fin, estaban frente a frente. Fue
fácil reconocerse, saberse, sentirse, bastaron unos cuantos minutos, tan sólo
un puñado de palabras…Para no resultar en modo alguno insólito o artificioso.
Era más que evidente que sus palabras estaban enlazadas, que las de él
precedían inequívocamente a las de ella. Nada premeditado y a la vez perfecto,
como si se tratara de un guión que ambos hubieran escrito al tiempo -en otro
tiempo- y que sólo existía ahí, en medio de esa extraña nada, de un encuentro
que parecía casual…¿O tal vez no?
Aloe –al darse cuenta de
su tardanza- se sobresaltó. Las horas se habían hecho minutos y los minutos
segundos, pero era ya noche cerrada y ninguno de los dos lo había advertido.
Alex por su parte, se
empeñó en custodiarla hasta su puerta -no estaba lejos- tan sólo unos metros
más allá.
-¿Ves aquel farolito
azul allí enfrente? –Le había dicho Aloe- pues es allí donde vivo.
Se despidieron con un
hasta pronto y una mirada callada que lo decía todo, Aloe notó el temblor de su
mano cuando él se la tomo para decir quedamente:
-Hasta mañana…que sueñes
mucho niña.
Al día siguiente se
levantó pronto, impaciente, ansiosa, sumamente alterada, casi con angustia,
sólo esperaba que las horas transcurrieran rápido para volver sobre sus pasos.
Todo su mundo de repente se había quedado enredado en aquella playa. Por el
contrario el tiempo se obstinaba en no avanzar, desquiciándola,
obligándola a ser esclava del reloj, las manillas del segundero parecían
reirse de ella burlonas.
Al fin llegó el esperado
momento de encaminar sus pasos hasta la fina arena, volver a sentir el suave
tacto bajo sus pies. Avanzó con el corazón saltándole del pecho, ella
misma no podía creer esa sensación que le subía hasta la boca del estomago. No recordaba haber sentido algo así
anteriormente, al menos con esa intensidad que rozaba la locura.
Alex no estaba. Se
sintió decepcionada al mirar a su alrededor y no verle. Le calmó advertir la
presencia del velero, la noche anterior él le había hablado de su barquito, el
mismo que le había traído hasta aquella playa…Hasta ella.
Alex le había contado
que era un espíritu libre, un buscador de sueños. Que su mayor deseo era
navegar y descubrir universos perdidos. Secuestrar la belleza de un instante,
embriagarse con el recuerdo de un aroma, correr tras lo desconocido
-y tal vez- tropezar con esa persona ideal que andaba buscando. Más aun, para anclar por fin su barco y su vida o
partir a rumbo desconocido. Aun no lo sabía, pero juntos para siempre. Le contó
como intuía que su instinto le conduciría finalmente hacía esa mitad que
anhelaba…Hacia su amor.
Siempre que presentía un
pálpito detenía su velero y esperaba que el milagro se hiciera. Hasta ahora
nada especial había sucedido.
-Fíjate Aloe –le había
dicho Alex ¿Ves el barco? Es aquel azul y blanco. Mira el nombre. Se llama
LATIDOS. Esa palabra me representa, porque yo soy eso mismo. Un alma convertida
en latidos.
Ella siguió sonriendo
mientras evocaba las palabras de ambos la noche anterior, caminaba absorta, con una risita boba pintada en la cara y en su
pensamiento solo un nombre. Alex se había colocado delante de ella haciéndola
tropezar.
-Hola mi niña ¿Cómo estás?
Se sobresaltó, sintiendo que sus rodillas
cedían, mientras un tibio calor la invadía.
-Hola mi niña ¿Cómo
estás?
-Hola marino de agua
dulce –contestó al fin.
-¿Será salada? –sonrió
Alex.
-No.. yo pienso,
bueno…Creo que tus aguas son tan dulces como….
-Termina –le animó él
con cierta sorna.
-Bien, como tú…Quería
decir.- dijo al fin bajando los ojos y con las mejillas encarnadas.
-Oh! Gracias ¿Y ahora
que digo yo? –añadió él
-Nada, por favor, no
digas nada…
Se le ocurrió pensar la
cantidad de bobadas que se pueden llegar a decir cuando te sientes bien
con alguien, cuando lo que menos importa son las palabras.
Fue tan fácil desde el
principio hablar con él, adivinar cada gesto y cada palabra suya. Darse cuenta
de que compartían casi todo: gustos, aficiones, melodías, sensaciones…Y
palabras, sobre todo las palabras. Aloe lo observó mientras él hablaba con su
vehemencia habitual, ese ímpetu de conversador avezado, ducho en el arte de
explicar historias.
-Angelical y
embaucador.- pensó.
Hablaba como si las
palabras se le escaparan de dentro, a borbotones, soltándolas
entrecortadamente, pero convirtiéndolas a la vez en una dulce caricia que la
envolvía.
-¡Es un cielo! -pensó
ella, deseando decirlo, pero sin atreverse a hacerlo.
Siguieron hablando por
infinitas horas que en realidad parecían no existir, sonriendo, ironizando,
soñando… En un punto de la conversión, Aloe -deliberadamente- dejó caer que su
esposo estaba de viaje de negocios en Milán y no regresaría hasta el viernes.
Siempre se sentía muy sola y ahora parecía todo era tan diferente…
De repente la angustia
se hizo presente, no sabía muy bien porque lo había dicho, aunque íntimamente
deseaba que Alex lo supiera. Él no dijo nada…ella tampoco insistió, no era
necesario.
De nuevo el adiós -no
podía acabar aquella noche- ninguno de los dos lo quería, pero el tiempo no quiso
ser cómplice de sus deseos. Ni de sus miedos…Ni de sus quimeras.
-Adiós -dijo ella.
-¡No! –Se apresuró a
rebatirla Alex- Nunca digas adiós, se dice ¡Hasta luego!…
* * * * *
* *
El timbre de la puerta
la tomó por sorpresa, Aloe se disponía a meterse en la cama para esperar el
nuevo día, la siguiente prueba, como una niña sorprendida y asustada a la vez.
Fue a mirar quien era
algo extrañada, a esas horas de la noche, no pensaba abrir a nadie. Echo un
vistazo por la mirilla y allí estaba Alex con una sonrisa de oreja a oreja. Sin
ni siquiera dudarlo, abrió de inmediato.
-¿Qué haces aquí?
¿Ocurre algo?
-No nada, sólo te tome
la palabra, me dijiste que si necesitaba cualquier cosa, podía pedírtela.
-Claro, por supuesto
¿Qué necesitas?
-Un sacacorchos, por
favor –dijo él al tiempo que sonreía y alzaba una botella helada de vino blanco,
que llevaba en la mano.
Aloe también sonrió por
la situación. ¡Muy sutil no era, desde luego!
Estaba convencida de que
tampoco había sido esa su intención.
-¿Y no podías esperar
hasta mañana? Son casi las 12.
-Imposible, este vino
caduca justamente hoy –bromeo él- Vaya, que si no te das prisa ¡Es que no
llegamos a tiempo!
-¿Llegamos? –preguntó
ella, conocedora en parte de la respuesta.
-Sí, tú y yo. Llevaba
esperándote muchos años –dijo Alex y añadió irónicamente mientras alzaba la
botella. ¡El vino, se entiende!
Aloe volvió a sonreír,
no era algo muy usual en ella, pero desde que conociera a Alex no había hecho
otra cosa.
-¡Anda pasa! -le dijo al
fin, mientras estiraba suavemente de su manga.
La noche se consumió a
toda prisa, por más que los dos hubieran deseado retener cada uno de sus
segundos, cuando se dieron cuenta los primeros rayos de sol ya iluminaban el
ventanal. Habían pasado gran parte de las horas hablando, bailando apretaditos,
mirándose a los ojos, adivinando sensaciones, provocando deseos, bebiéndose la
vida, compartiendo palabras que decían mucho…O no decían nada…
-Tonta…
-Bobo…
-Tú, más…
Dejaron que llegara el
día mientras todavía permanecían abrazados, mejilla contra mejilla, sabían lo
que sentían, que sólo dos días habían bastado para estar y sentirse más
enamorados que si llevaran toda una eternidad juntos.
No querían que el sueño
les venciera, deseaban saborear cada uno de esos interminables segundos
juntos, finalmente el cansancio pudo más y se rindieron a él. Alex fue el
primero en despertar, se levantó en silencio, tan sólo rozó la cara de Aloe con
sus labios levemente, para al marchar cerrar la puerta con cuidado. Prefirió
dejarla en ese instante -ella sabía dónde encontrarlo- además, puede que
necesitara pensar mucho…!O quizá no!…
Un instante después de
abandonar la casa Aloe se despertó en un sobresalto, era como si esa ausencia le
doliera, porque con sólo cruzar la puerta, ya le echaba de menos.
Todo olía a él. Volvió
la cara en su cama y al hacerlo reparo en un pequeño papel doblado en mil
pliegues. Era una carta de amor, la más bella, la más sincera, la más tierna.
También era una despedida…!O quizá no!…
Los dos supieron desde
el primer instante en que se miraron -y se perdieron el uno en los ojos del
otro- que aquello no era el final de un sueño…La vida nos brinda pocas
oportunidades y nunca hay que desdeñar semejante ofrenda.
Por eso en su corazón,
las maletas ya aguardaban en la puerta…
Noviembre de 2003